SI NO SE SUELTA EL MANTO NO SE PUEDE SER DISCÍPULO
EVANGELIO
MARCOS 10, 35-45
46a Y llegaron a Jericó.
46b Cuando salía de Jericó con sus discípulos y una considerable
multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino
pidiendo limosna.
47-48 Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de
David, Jesús, ten compasión de mi». Muchos le conminaban a que guardase
silencio, pero él gritaba más y más: «Hijo de David, ten compasión de mi».
49-50 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego
diciéndole:
«Animo, levántate, que te llama». El tiró a un lado el manto, se puso en
pie de un salto y se acercó a Jesús.
51 Entonces Jesús le preguntó: « ¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».
52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Inmediatamente
recobró la vista y lo seguía en el camino.
Jericó fue el lugar donde según el Antiguo Testamento al toque de la
trompeta las murallas se vivieron abajo. Ahí Josué comenzaba la entrada a la
tierra prometida. De la misma manera que a Josué a Jesús lo sigue una gran
cantidad de gente sólo que esta ocasión no abra murallas derribadas ni tierra
prometida, sino la tierra de opresión y muerte desde donde Jesús realizará su
éxodo al padre.
El ciego del Evangelio no lleva nombre. Bartimeo no es su nombre propio,
es el hijo de Timeo. Lleva cargando el nombre de otro, su padre, que en el
evangelio es figura de la tradición, del pasado. Es decir: lo que no le deja
ver con claridad son las ideas que le han transmitido en el pasado, ya veremos
a que ideas se refiere. El ciego estaba sentado a la orilla del camino, lugar
donde cae la semilla, vienen los pájaro y se la comen. Los pájaros son satanás,
y satanás es la representación del poder. El ciego no ve porque esta poseído
por una ideología de poder. Pide limosna lo cual indica que está a merced de
otros. Esa ideología que lo mantiene ciego se la han infundido, por eso cuando
se entera que el que está pasando por ahí es Jesús Nazareno, título que le
había dado el endemoniado en la sinagoga, grita: «Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mi» Su ceguera,
producida por esta ideología, no le permite ver en Jesús un mesías que no sea
al estilo de David, antepone el título al nombre y lo menciona dos veces.
Jesús hace llamar al ciego. Ellos suponen que
Jesús ha aceptado el título de hijo de David, pero lo que Jesús va a ser es
devolver la vista al ciego, darle la oportunidad de ver de manera diferente. El
ciego tiró a un lado el manto, se puso en pie de un salto y se acercó a
Jesús. El manto en la sagrada escritura es figura de la persona misma. Lo
que el ciego está realizando es la renuncia así mismo, renegando de sí. Jesús
había dicho que para ser su discípulo había que renunciar a sí mismo y cargar
la cruz. Si no se suelta el manto, si no se reniega de sí mismo, no se puede
recobrar la vista. El ciego ya no llama a Jesús: hijo de David, sino Rabuní,
título con el que se dirigían a Dios mismo, el ciego esta reconociendo en Jesús
al Dios hombre. Su salto representa su disponibilidad para seguir a Jesús.
La pregunta con la que Jesús se dirige al
ciego es la misma que les dirigió a los hijos del Zebedeo. Ellos, a diferencia
del ciego se obstinan en su ceguera: Concédenos sentarnos uno a tu derecha y
el otro a tu izquierda el día de tu gloria.
Es la ideología del poder y de un mesías
nacionalista lo que les impide ver con claridad el tipo de Mesías que es Jesús
el hijo del hombre. Aferrados en un mesías davídico son capaces de todo: ¿sois
capaces de pasar el trago que yo voy a pasar, o de dejaros sumergir por las
aguas que me van a sumergir a mí? Le contestaron: -Sí, lo somos. Lo que
Jesús espera es que como el ciego, se suelte primero el manto, se renuncie a
uno mismo, nos pongamos de pie, como quien quiere empezar a caminar y lo
sigamos. No se puede ser seguidor de Jesús sino se tira el manto.
También a nosotros nos han metido en la
cabeza tantas ideologías contrarias al evangelio que hoy nos resulta difícil ver
con claridad quien es verdaderamente Jesús. Nuestro egoísmo y ambición no nos
permite mirar con amor a los otros. Seguimos sentados a la orilla del camino
dejando que los pájaros (satanás, la ambición, el poder, etc.) sigan comiéndose
la semilla del mensaje, dependemos, como mendigos, de la experiencia religiosa
de otros, vivimos privados de la riqueza que representaría una experiencia
personal de encuentro con Jesús. Hoy es urgente y necesario, soltar el manto, pegar
un brinco y ponernos en marcha. No podemos ser seguidores de Jesús si no
estamos dispuestos a dejar el manto de nuestros intereses y seguimos al maestro
que nos enseñó a dar la vida por los hermanos. El problema es que amamos tanto
nuestro manto que resulta difícil abandonarlo.