JESÚS POR NUESTRA LIBERTAD PONE EN RIESGO SU PROPIA VIDA
EVANGELIO
Lucas
6, 6-11
6Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a
enseñar. Había allí un hombre que tenía el brazo derecho atrofiado.
7Los letrados y fariseos estaban al acecho para
ver si curaba en día de precepto y encontrar de qué acusarlo. 8Pero él, conociendo sus intenciones, dijo al
hombre del brazo atrofiado: -Levántate y ponte en medio.
El hombre se levantó y se puso allí. 9Jesús les dijo: -Una pregunta: ¿Qué está
permitido en día de precepto, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o
destruirla?
10y, echándoles en torno una mirada, dijo al
hombre: -Extiende el brazo
Lo hizo, y su brazo volvió a quedar normal. 11Ellos se pusieron furisos y discutían unos con
otros qué podrían hacer con Jesús.
La enseñanza liberadora de Jesús no cesa, aunque
sea el día de precepto. Nada ata a Jesús para que este siga anunciando la buena
noticia de Dios. Ya se han enterado los letrados y fariseos que Jesús no
respeta las tradiciones sin fundamento, por mucho que se hayan impuesto durante
siglos. Por esta razón buscan cazarlo, esperan que se atreva a curar en sábado,
día de precepto, para acusarlo con evidencias actuales.
En la sinagoga,
lugar de la enseñanza oficial, había un hombre, reducido a cosa, sin capacidad de
acción y decisión. Un oyente de los grandes prodigios de Dios, pero impedido
para actuar. Este hombre representa a los asistentes a la sinagoga, a los
cuales, la ley los tiene con los brazos paralizados.
El hombre no
tiene nombre, por eso es figura de un grupo, representa a los asistentes a la
sinagoga. El brazo atrofiado es el derecho, normalmente el brazo de la acción.
En comparación con el izquierdo, el brazo derecho es, comúnmente el más útil.
Jesús conoce sus
intenciones. Son perversos, pero a pesar de esta perversión el hombre tiene que
reconocer que ha nacido para ser libre para ser feliz, para ser hombre. Si nos
damos cuenta Jesús solo da la orden, pero quien tiene que levantarse y ponerse
en medio es el hombre mismo. Y lo hace porque ha sido creado con esa capacidad
y no debe permitirle a nadie que lo vuelva a postrar. Los hombres haciendo a un
lado el proyecto de Dios sometemos a nuestros hermanos y los obligamos a llevar
una vida de esclavos, paralizamos sus sueños y anhelos de dignidad. Eso había
hecho la doctrina oficial con el hombre del brazo atrofiado, en nombre de Dios le
habían quitado su libertad y lo habían reducido a una marioneta. No toques, no
grites, no veas, no hagas; son frases paralizadoras. Las prohibiciones no ayudan
al hombre a desarrollarse integralmente, lo positivo es la libertad responsabilidad,
desde aquí el hombre tiene la posibilidad de lograr se aquello para lo que Dios
lo ha creado.
Liberar a otro
implica riesgos. Hacer que alguien extienda su brazo, en día precepto sabático
implicaba para Jesús poner en riesgo su propia vida. Algunos fanáticos habían
dado muerte a quien no respetaba o iba en contra del sábado. Jesús asume el riesgo,
está dispuesto a pagar con su propia vida el precio de liberar al hombre: “¿Qué
está permitido en día de precepto, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o
destruirla? y, echándoles en torno una mirada, dijo al hombre: -Extiende el
brazo…” A muchos nos da miedo
asumir los propios riesgos de la libertad, pero más aún, nos atemoriza correr
el riesgo por el otro. Jesús no, el asume las consecuencias, el hombre verdaderamente
libre es el que es capaz de asumir las
consecuencias.
Pero, nuevamente, no
es Jesús quien le toca el brazo y se lo extiende. Es el mismo hombre el que lo
hace. En el propio hombre radica toda la fuerza para lograr liberarse de la
anquilosada y esclavizante tradición. A menudo queremos que otro venga y haga
lo que nos toca a nosotros. No la cosa no es así. Dios hace lo suyo y nosotros
lo nuestro. Así es la vida, así hay que entenderla y vivirla. Jesús no toma el
brazo de este hombre y se lo extiende porque entonces indicaría que es otro el
que tiene que hacerlo por nosotros y seriamos siempre dependientes de los
demás. Ya ahondaremos en este tema en otra ocasión.
El brazo del hombre
queda normal, es decir, como siempre debió haber estado, como Dios lo quería
que estuviera, como estaba antes de que se lo atrofiaran en la sinagoga.
No faltan los que no pueden soportar
que el hombre despierte y tome conciencia de la verdad, los que no pueden
permitir que haya quien le haga ver al hombre que lo que le dicen es mentira, y
que no toleran al que va en contra de sus intereses y mentiras: los fariseos y
escribas. Por esta razón el evangelista concluye este pasaje diciendo: se
pusieron furisos y discutían unos con otros qué podrían hacer con Jesús. Buscaran
de todas la maneras acabar con él, pues no les conviene que el pueblo despierte
y descubra sus artimañas.
Extendamos
también nosotros nuestro brazo y no permitamos que nadie nos lo atrofie. Hemos
sido creados dignos y libres. Tenemos todas las capacidades para ser
verdaderamente hombres libres…
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